martes, 18 de mayo de 2010

Dias de reflexión

24 1/2: Entre yo y el recuerdo de la alegría hay un abismo no menos profundo que entre yo y la alegría en su inmediatez. Si nuestra vida juntos hubiera sido como el mundo se la imaginaba, una vida tan sólo de placer, disipación y risas, yo no sería capaz de recordar ni uno solo de sus pasajes. Es porque estuvo llena de momentos y días trágicos, amargos, siniestros en sus avisos, grises o tremendos en sus escenas monótonas y violencias indecorosas, por lo que veo u oigo cada incidente con todo su detalle, veo y oigo, de hecho, poco más. Hasta tal punto se nutren los hombres de dolor en este lugar, que mi amistad contigo, en la forma en que me veo forzado a recordarla, se me aparece siempre como un preludio consonante con esos variados modos de angustia que cada día tengo que atravesar; más aún, como algo que los exige; como si mi vida, no obstante lo que pareciera a mis ojos y a los de los demás, hubiera sido constantemente una auténtica Sinfonía del Dolor, pasando por sus movimientos rítmicamente enlazados hasta su cierta resolución, con esa inevitabilidad que caracteriza en el Arte el tratamiento de todo gran tema. A las tres de la mañana, sin poder dormir y atormentado por la sed, bajo al cuarto de estar, en medio de la oscuridad y del frío, con la esperanza de encontrar agua allí. Te encontré a ti. Te abalanzaste sobre mí con cuantas palabras atroces te pudieron sugerir un estado descontrolado y una naturaleza indisciplinada y sin educación. Con la terrible alquimia del egotismo, transformaste tu remordimiento en rabia. Por la mañana ya habías vuelto en ti. Yo lógicamente esperaba oír qué excusas aducías, y de qué manera ibas a pedir el perdón que en el fondo sabías que te aguardaba invariablemente, hicieras lo que hicieras; tu absoluta confianza en que yo siempre te perdonaría era realmente lo que siempre me gustó más de ti, quizá lo mejor que había en ti. Lejos de eso, empezaste a repetir la misma escena con nuevos ímpetus y expresiones más violentas. ¿Necesito decirte lo que pensé de ti durante los dos miserables días de enfermedad y soledad que siguieron? ¿Será necesario que afirme que vi claramente que sería una deshonra para mí mantener aunque sólo fuera un trato superficial con una persona como tú habías demostrado ser? ¿Que vi llegado el último momento, y lo vi como realmente un gran alivio? ¿Y que supe que en el futuro mi Arte y la Vida serían mas libres y mejores y más hermosos en todos los aspectos? Enfermo como estaba, me sentí a gusto. El hecho de que la separación fuera irrevocable me daba paz. Me sentía casi poluto, como si con asociarme a alguien de tal naturaleza hubiera manchado y envilecido mi vida irreparablemente. Por supuesto que tú tenías tus ilusiones, vivías en ellas de hecho, y a través de sus nieblas cambiantes y sus velos de colores lo veías todo cambiado. Pensabas, lo recuerdo muy bien, que tu dedicación a mí, con total abandono de tu familia y vida familiar, era prueba de tu maravilloso aprecio hacia mí y de tu gran afecto. También yo tenía mis ilusiones. Pensaba que la vida iba a ser una comedia brillante, y tú una de sus muchas figuras airosas. Descubrí que era una tragedia repugnante y repelente, y que la siniestra ocasión de la gran catástrofe, siniestra por lo concentrado de su objetivo y la intensidad de una fuerza de voluntad encogida, eras precisamente tú, despojado de aquella máscara de alegría y placer con la que lo mismo tú que yo nos habíamos dejado engañar y extraviar. Ahora podrás entender, ¿no es cierto? un poco de lo que estoy sufriendo.

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