sábado, 1 de mayo de 2010

La comunicacion era delito.

Algunos presos pasaron más de diez años enterrados en solitarios calabozos del tamaño de un ataud, sin escuchar más voces que el estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores. Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, condenados a esta soledad, se salvaron porque pudieron hablarse, con golpecitos, a través de la pared. Asi se contaban sueños y recuerdos, amores y desamores; discutían se abrazaban, se peleaban; compartían certezas y bellezas y también compartían dudas y culpas y preguntas de esas que no tienen respuestas.
Cuando es verdadera, cuando nace la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada.

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